La catarsis carnavalera de 'El puerco': escapar del pasado en un disfraz
Víctima del paramilitarismo, refugio peligroso en la droga, comercio informal y un Carnaval para seguir viviendo.
El sol golpeaba su piel de manera implacable y el calor en el Cumbiódromo era agobiante. Su cuerpo parecía quemarse con fuego, el barro -mezcla de agua y arcilla- que tenía pegado en sus poros hervía. Le generó rasquiña, pero su caminar nunca se detuvo.
El es Ricardo Castro Varela, el hombre que se disfraza de 'El puerco', ese camuflaje que le permite olvidar durante los cuatro días de Carnaval, los fantasmas de un pasado oscuro y aterrador.
Muchos lo miraban con recelo, pues su aspecto no es el más atractivo. A otros, en cambio, les causó gracia. Una representación de excremento hecha en barro, es su arma irreverente para una misión: hacer reír a la gente y vaya que lo logró.
La Batalla de Flores fue el escenario y 'El puerco' la desfiló por decimosegunda ocasión. Con jocosidad, provocó alegría y 'mamaderas de gallo', en los presentes, que estaban en los palcos, en una silla o hasta en el bordillo.
La Vía 40 para él, es ese camino largo y pavimentado, perfecto para su catarsis carnavalera. Esa, que lo alienta para seguir viviendo, pese al pasado que lleva en su mente, como él mismo le confesó a Zona Cero.
Maquillaje especial
Ricardo llegó al Cumbiódromo a las 11 de la mañana. En compañía, de Jorge Luis Cantillo, su compañero en el grupo 'Los puercos del barrio El Bosque'. Los dos vestían con ropa maltrecha y varios rotos, perfecta para la ocasión.
Un bus los dejó en la calle 82 con carrera 55. Desde esta dirección caminaron hasta la Iglesia San Judas Tadeo. En un parqueadero tenían guardada la arcilla. Ricardo la lanzó al pavimento y la fue pisando con sus tenis de color azul oscuro y gris, y los cordones sueltos. Su compañero estaba buscando un balde de agua.
Esa arcilla la consiguió la tarde anterior (viernes 21 de febrero) en un predio que está ubicado en la avenida Circunvalar, con carrera 53. A ese sector llegó con un balde y se puso una camiseta del River Plate de Argentina, para no ensuciar su vestimenta diaria, pese a que esta no luce muy limpia.
"El Carnaval representa para mí una cultura muy grande y fabulosa porque muchos no conocen lo que significa esta fiesta, no conocen la fantasía de lo que cada hacedor realiza para estar en una Batalla de Flores o en una Guacherna", expresó a Zona Cero el hombre de tez arrugada y trajinada por los años.
Niños, disfraces y otros ciudadanos se acercaron a la zona. Les llamó la atención lo que estaba haciendo Ricardo. El agua llegó y se la echó de a poco a la arcilla. El barro se fue formando con el movimiento de sus manos, mientras caía más líquido. Luego le esparció polvo rojo para que tomara color y otra textura, además de no permitir que le llegue hasta los ojos el barro, cuando lo tenga impregnado en su rostro.
"El barro cuando se me seca, me reseca la piel y tengo que estar echándome agua o sacando el poquito de arcilla que llevo en la bolsa y 'embarrutarme' la cara para refrescar", expresó Ricardo Castro Varela ante la mirada de los presentes, la mayoría, niños que estaban conmocionados con la preparación del maquillaje de 'Los puercos'.
El barro tomó la forma perfecta. Ricardo se desvistió. Se quitó el suéter verde desteñido que traía puesto, lo mismo hizo con su pantaloneta beige y los tenis desgastados. Tenía un pañal que desató las risas en la zona. El bóxer se lo metió dentro del pañal grande, al que amarró con una cuerda, para ajustarlo a su cuerpo.
Su compañero Jorge Luis Cantillo le empezó a echar agua y cuando estaba completamente mojado le echó el barro en su cabeza, el rostro, las piernas y después se arrastró en el barro que estaba en el pavimento, dio tres vueltas como hace el porcino. No le importó los 40 grados de temperatura y el fogaje.
Víctima del conflicto armado para toda la vida
El desfile comenzó y 'El puerco' (Ricardo Castro Varela) empezó su recorrido junto a su compañero iban provocando risas.
"Muchos disfraces no saben lo que es la armonía. Saber hacer reír a las personas", afirmó al micrófono de este medio, mientras el sudor era contenido en su rostro por el barro que ya se había secado.
Le ponía "su arma letal" (el excremento) a los asistentes que disfrutaban de la Batalla de Flores. Llevaban un parlante portátil y con un micrófono también animaban al público.
Ricardo estaba sonriente. Su felicidad era desbordante. Mostraba los dientes de sus prótesis -la que adquirió durante la semana previa antes del desfile-, en todo momento. Se había olvidado de su pasado, marcado por el paramilitarismo en el departamento del Magdalena. Ese que lo cortó a pedazos mentalmente y en su corazón.
"Para mí el Carnaval es un desahogo, una alegría y lo hago a nombre de mi familia, donde mis niños (María Isabel, Liseth Paola, Marcos José, Ricardo José y Luis Carlos), que algún día estaré con ellos (en el cielo)", contó el hombre a quien sus ojos se le empezaban a poner llorosos. Le faltó un nombre, un niño que era el menor de los seis hermanos, a quien la tristeza no le dio para mencionarlo.
'El puerco' relató un día antes de la Batalla de Flores que era campesino, desplazado por la violencia. Vivía en Orihueca, Magdalena, en la Zona Bananera. Tenía una finca, una 'tierrita' -como él mismo la recordó-, en la que residía con su esposa y sus seis hijos.
Por un cultivo de marihuana y coca, que estaba sembrado en una zona cercana a su finca, comenzó su pesadilla eterna, esa que no le permite dormir a diario; lo que lo oblica a tomar unas pastillas para conciliar un poco de sueño.
"Yo lo moché -el cultivo- para no darle mal ejemplo a mis hijos. Lo quemé", afirmó en tono de rabia.
Ricardo nunca imaginó las consecuencias de esa acción; pues el paramilitarismo tocó su puerta para torturarlo de la peor manera.
"A los días -relató- llegaron unos tipos, supuestamente a cortar eso y yo les dije que ya yo lo había cortado. Ellos se llenaron de odio y me amenazaron".
"No pasó el tiempo y un 24 de diciembre de 1984, a las 12 de la noche. Se me mete un grupo de encapuchados, me decían que venían por mí y mi familia", agregó con la voz temblorosa.
Las lágrimas durante su relato se hicieron presente. Era simplemente aterrador. Manifestó que el primer ataque fue hacía él: le quitaron la ropa y lo violaron.
Le gritaban que se iba a arrepentir de lo que hizo (cortar y quemar el cultivo de marihuana y coca). "Yo le decía: no le hagas daño a mis hijas", rememoró.
Sin embargo, los paramilitares se reían y las atacaron, pese a las súplicas de las menores. "Las violaron. Yo viendo todo eso y las descuartizaron delante de mí. Yo les suplicaba que no mataran a mis hijos, lo mismo hacía mi esposa", contó 'El puerco'.
Ricardo reveló que no podía hacer nada. Su impotencia lo venció. Estaba amarrado a una silla de hierro con alambres de púas.
A las menores -según su relato- les mocharon la cabeza y las pusieron frente a él para que las besara. Luego, los 'paras' fusilaron a dos niños porque no acataron sus órdenes.
"Querían que ellos le mocharan las cabezas a sus hermanas. Después (de los tiros de gracia) los picaron", aseguró Castro Varela. Sus ojos rojos reflejaron la pesadilla que vive con cada palabra sobre ese momento.
A su esposa, quien empezó a implorar que la mataran, la "mocharon por la mitad". Después "le violaron" a su hijo de 7 años delante ante sus ojos.
"El menor (a quien no mencionó en párrafos anteriores) salió corriendo y lo cogieron. Le mocharon la cabeza y la cogieron para jugar fútbol, en medio de su borrachera y drogados", contó.
Ricardo no pudo evitar la masacre. Después estar amarrado en medio de la sangre de sus hijos y esposa, le pegaron un machetazo y le sacaron los dientes, para después tirarlo a una quebrada y perder el conocimiento.
Rumbo incierto y sobreviviendo
La tristeza por la masacre llevó a Ricardo a lo peor de la oscuridad. El alcohol y los alucinógenos se convirtieron en un refugio peligroso.
Andaba en la calle con un rumbo incierto. El abismo parecía eterno, en medio de su consumo de cocaína, bazuco e incluso hasta goma boxer.
El andén era su cama diaria y su comida era la basura, entre esas el excremento. "Lo llegué a ver como un arequipe", reconoció durante la entrevista. "El Gobierno ha abandonado a muchos (desplazados por la violencia)", puntualizó.
En 1985 llegó al Atlántico. Deambuló en las calles de Barranquilla por mucho tiempo y fue superando las fronteras municipales, hasta que unas manos amigas lo tomaron en un hogar en Malambo. Lo rehabilitaron y lo bañaron. Pudo comer de manera saludable y consiguió escapar de la droga. Empezó a asistir a una iglesia. Piezas arrendadas se convirtieron en su residencia diaria hasta que consiguió un apartamento pequeño en el barrio El Bosque de Barranquilla.
En ese inmueble tiene un taburete. El cuero está roto, en donde lee el periódico en las tardes, con la luz del sol que entra por el patio de la vivienda. Al anochecer pone el único foco que tiene. Se lo presta al dueño de la casa de al lado.
Duerme en una colchoneta. Tiene un ventilador al lado para refrescarse. No tiene soporte y lo ubica a la altura de la colchoneta. El piso está en obra gris. En la primera parte del apartamento están juntas la sala y la cocina, después viene la habitación de él. Las paredes son color beige, pero están sucias. La fachada de la entrada es como rojiza.
Para sobrevivir, se gana la vida vendiendo dulce y entregando mensajes bíblicos, en tarjetas pequeñas -que a veces se las rompen-, en los buses de Barranquilla. Su zona es la calle 82, en el norte de la ciudad.
Muchos lo maltratan e incluso, tiene que pelear con varios conductores de transporte urbano.
"Pagó 10 mil pesos diarios (en el apartamento) más 4 mil pesos en comida. En el día me puedo hacer 30 mil pesos, en un día bueno. A veces no levanto nada. Me da tristeza cuando me maltratan, pero cuando recibo algo bueno, me bajo gozoso del bus", afirmó.
Catarsis carnavalera
En el barrio El Bosque, en su residencia, a Ricardo le llegó un recuerdo, de los pocos que puede considerar los bonitos de su niñez, pues esta también fue traumática por culpa de su papá biológico.
"Cuando era niño me disfracé del hombre de barro y mi mamá de crianza, Virginia Varela, me decía que parecía un puerco y se me 'chispió' esta idea. Lo recordé y le puse al grupo 'Los puercos del barrio El Bosque'", relató.
El grupo llegó a tener diez integrantes en un momento, pero varios se fueron y solo quedaron él y su compañero fiel, Jorge Luis Cantillo.
El Carnaval para Ricardo es un motor de su energía. Le hace olvidar su pasado y lo motiva para seguir viviendo, pese a que a veces por su mente llega la palabra suicidio.
Los desfiles le dan aliento. Las risas de la gente son su gasolina. Es un irreverente de la fiesta y por eso le pidieron muchas fotos durante la Batalla de Flores del sábado.
"Para mí el disfraz representa una alegría que me satisface. Lo que yo le puedo dar a la gente que me está viendo, sin faltarle el respeto a ninguno, que nadie se ponga bravo. Hay personas que me han pegado y yo les digo tranquilo, y no le paro bolas. Yo voy con la finalidad de que las personas se diviertan porque eso es el Carnaval", aseguró en medio de la algarabía de la gente en el Cumbiódromo.
'El puerco' basa su recorrido durante los desfiles en la armonía que le tiene que entregar un disfraz al espectador "porque los visitantes vienen a divertirse y a gozar el Carnaval con amor". Incluso, las turistas le han dado besos, algo que despierta su admiración de inmediato.
"El Carnaval explota la armonía y alegría. Muchos piensan que este disfraz es una porquería y yo les digo: "puerco tenía que ser". Este es un puerco de dos patas", afirmó. "Hay que gozar comiendo mierda en este Carnaval", añadió.
La carnestolenda para Ricardo es su catarsis. Elimina sus recuerdos durante la fiesta. Se libera y las alteraciones de su mente son suprimidas. La Batalla de Flores fue una prueba de esto. Consiguió otro tanque de 'gasolina' para seguir usando su disfraz por muchos años más.
Este Miércoles de Ceniza, Ricardo vuelve a su rutina. A subirse y bajarse de los buses urbanos. Dejará atrás la "irreverencia graciosa" de los cuatro días de Carnaval, "y seguiremos comiendo mierda".